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LOS INESPERADOS AMIGOS QUE UNO SIEMPRE ESPERA

La literatura universal está llena de esos personajes que pasan toda su vida esperando algo. Ahí tenemos, por ejemplo, al Coronel quien estuvo bajo la órdenes de Aureliano Buendía y murió a la espera de una pensión que nunca llegó. Yo no espero nada. Ni a nadie. Sin embargo, a veces sucede que abro la cuenta de Facebook y me encuentro con una solicitud de amistad. ¿Pancrasio Gutiérrez? No lo conoco. Solicitud rechazada. Seguramente quería averiguar mis intereses. A lo mejor está buscando incrementar sus dos quinietos “amigos”, de los cuales no conoce personalmente ni el 10%. Como sea, no me interesa. Por norma impuesta lo que hago es mirar el perfil del solicitante, quiénes figuran entre sus contactos, de dónde es, y lo más importante: qué clase de contenido publica, pues ya me hastié de discutir con personas que no construyen el andamiaje de una controversia inteligente sino que argumentan con estupideces que otros estúpidos publicaron en “memes” huecos, sin respaldo alguno.

Sucede que hace no sé cuanto tiempo Alberto Rodríguez García me envió solicitud de contacto. Su nombre no me sonó conocido, tengo que decirlo. Su cara tampoco. Pero tenía algo que no me hizo entrar en desconfianza: Teníamos nueve verdaderos amigos en común, no amigos de cartulina. Luego le eché una ojeada a sus publicaciones. Buena redacción. Buen contenido, serio, sustentado. Entonces acepté, como acepta una novia la propuesta de matrimonio. De ahí en adelante no hemos encontrado con alguna frecuencia en esa red de mentiras, burlas e insultos donde, no obstante, algunos le hacemos espacio a la verdad y al respeto.

A eso de la 1:30 p.m. timbró mi celular, lo cual me pareció en extremo extraño pues nadie me hace llamadas telefónicas, excepto mi madre que siempre me marca en horas de la mañana. Era Alberto Rodríguez García. ¡Qué grata sorpresa! Y yo que tenía la intención de escribirle. Estuvimos hablando durante veinte minutos –quizá algo más- y fue como si nos conociéramos de toda la vida. Tocamos este tema y el otro y hasta alcanzamos a bromear un poco. Hicimos recuento de los amigos en común; incluso conjeturamos que al haber estudiado con esos amigos en el bachillerato, existía la posibilidad de que hubiéramos compartido el mismo salón de clases. Hablamos de luchas, de exilios, de males del cuerpo, de escitos propios, de labores inconcebibles... Al colgar (ya no colgamos sino que pulsamos sobre un icono) tuve la sensación de haber charlado con un inesperado amigo... uno de esos que uno siempre espera.

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