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1/31/2021

Vamos a construir, pero no a terminar

Si el llamado Libertador Simón Bolívar hubiese sido un verdadero visionario, su esfuerzo guerrero habría ido más allá de mandar a quebrarle en la cabeza un florero a Llorente como disculpa para arrebatarle el poder a los españoles. Porque, a decir la verdad, el único cambio que se dio con la famosa “gesta libertadora” fue de personas gobernantes. Los resabios burocráticos quedaron intactos y así se conservan hasta el día de hoy, con excepción de la corrupción que ha crecido de tal manera que en la actualidad consideramos normal el CVY y otras prácticas dirigidas a embolsillarse algunas moneditas del erario. Algo que muchos consideran muy difícil de erradicar.

¿Y que decir de esa costumbre perniciosa de iniciar proyectos que nunca concluyen? 

En cada administración municipal (y de ahí para arriba) el alcalde considera, en primer lugar. que su única misión es trabajar por complacer a su cacique político -dueño absoluto de un directorio- y a los que patrocinaron con generosidad su campaña. 

Al cacique político debe guardarle los puesticos burocráticos, que terminan convirtiéndose en puestos de parásitos. A sus patrocinadores de campaña -que, desde luego, son los empresarios de la región y algunos potenciales proveedores- debe devolverles lo invertido. Por eso se inventan las exenciones tributarias y otras pendejaditas que requieren la intervención de comerciantes locales, dispuestos a la sobrefacturación. O a la pseudofacturación, que es otra manera de apropiarse de lo público.

Entonces, es donde entran en juego las obras materiales, las de concreto que son las que producen mayores dividendos económicos y electoreros. Pero hay un pero: Cuando la mentalidad del gobernante es plana, sus obras comienzan el día de su posesión y llegan hasta donde alcanza su período. 

Esa es una verdad que ningún gobernante ha podido refutar. Aterriza un alcalde y empieza la construcción de algo -una escuela, por ejemplo- y a los tres años se va a las carreras dejando columnas como falos de la inoperancia oficial, paredes que no alcanzan a tapar la vergüenza del incumplimiento y planchones de cemento que no logran atajar el embate de la maleza. Y sus seguidores aplauden. 

Para la muestra un botón: En un solo sector de apenas tres cuadras se encuentran estos tres monumentos a la desidia oficial.

Dizque aquí pensaban construir un puesto de salud. Pensaban...
y después de 25 años siguen pensando


...columnas como falos de la inoperancia oficial


Iba a ser una extensión del Colegio López Pumarejo... Hasta que
cayeron en la cuenta que educar a los potenciales votantes era 
quedarse sin caudal electoral amarrado.

No recuerdo cuántos años llevan esas obras que, en su momento, fueron anunciadas con bombos y platillos, muchos discursos mentirosos y muchos voladores. Creo que más de veinticinco años. Lo que sí recuerdo es que esta es la tercera vez que escribo sobre el mismo tema. Mientras tanto, alcalde, caciques, empresarios y contratistas siguen muertos, no de vergüenza sino de la risa.





1/27/2021

 Debemos suponer que las casas de la cultura en todos los municipios colombianos son dependencias de las alcaldías creadas para la protección y conservación de las manifestaciones idiosincrásicas de los pueblos y las expresiones artísticas y artesanales de sus pobladores. Sin embargo, la realidad es bien diferente: esas dependencias se han convertido en el escampadero de las fichas políticas puestas allí por los que cobran su cuota al alcalde de turno. Con las consabidas excepciones que pueden contarse con los dedos de la mano, a la dirección de las que deberían llamarse "casas de la incultura" llegan personas que son compensadas por el aporte de un considerable número de votos y su trabajo de peón en la campaña política de su candidato. Eso es irrebatible. Por tal razón sus proyectos carecen de la dinámica necesaria para ir más allá del festival del mecato o de la gastronomía (arequipe y sancocho de gallina) de la formación de un raquítico grupo de danza y de una banda de músicos a los que ya no les suena la flauta pues las alcaldías anteriores los silenció porque es mejor contratar músicos de otra parte para amenizar las fiestas aldeanas. 

Foto desde el muro de Cruz Elena Mayor Panesso

El año anterior estuve de paso por una población de Risaralda y casualmente hablé con la directora de la casa de la cultura. Gerente cultural, me dijo que era su cargo. ¡Vaya! Exclamé. Entonces me contó que no tenía ninguna formación que le diera soporte para desempeñarse con fundamento, pero que le gustaba la poesía y dibujar y era muy aficionada a los libros. Compartía oficina con la secretaría de gobierno. ¿Para qué más? La flamante Gerente cultural me hizo recordar las palabras de un político bogotano de los 50: "Los pueblos cordilleranos son violentos porque no tienen cultura". Como si la violencia no fuera parte de la cultura colombiana… 

Debo aceptar que desconozco el nombre del encargado de la casa de la cultura de Roldanillo y su proyecto con el actual alcalde. Por eso, antes de escribir este largo comentario, fui a la página oficial de esa dependencia en Facebook con la esperanza de confirmar que estaba dentro de las que se podían contar con los dedos de la mano por su buen desempeño. Las esperanzas se desvanecieron porque solo vi algunas notas de publicidad para la actual administración municipal en temas ajenos a los culturales, unas notas que antes fueron publicadas por el Museo Rayo y la difusión de una exposición en el Club Los Gorrones como desmesurado aporte de la alcaldía a la celebración aniversaria de Roldanillo. 

La semana pasada estuve viendo lo expuesto. De entrada me sorprendió el inusual matrimonio de artesanía, pintura y dibujo en una misma sala. Las expresiones culturales tienen unas reglas que obedecen más al buen gusto y el sentido común que a la formalidad. Ver mesas con muestras de artesanías (unas de muy buena hechura, hay que decirlo) estrechando el paso de los espectadores me hizo preguntar: ¿Con qué criterio se organizó esta sui generis exposición donde solo faltó la presencia del mercado campesino y, ahí  mismo, una exhibición de microempresarios? 

Antes que me tilden de excluyente, debo decir que los juicios valorativos no hacen diferencia en cuanto a la importancia de una u otra expresión cultural o artística. Para la estética prima tanto un anaco de factura guambiana como el óleo que surge del conocimiento académico y se cuelga en un museo. La diferencia la hace quien elabora uno u otro producto del arte o la artesanía, su virtud y habilidad. Ya manifesté que en club Los Gorrones se mostraron unas artesanías que en el almacén de Jerónimo y Tomás valdrían un Potosí. De igual modo digo que entre pinturas y dibujos se vieron cosas rescatables, trazos de grafitos y acrílicos que van por buen camino, intentos de explorar otras significaciones y habilidades que -si hay perseverancia y disciplina de estudio-  podrán materializar algún notable resultado. Y, claro está, también estaban los infaltables bodegones, lo que nos lleva a repetir que no todo lo que brilla es oro. 

Cabe, entonces, preguntar de nuevo: ¿Con qué criterio se organizó esta sui generis exposición? De seguro no fue pensando en los expositores. Desde luego que no hablo por ellos, pero al ver la forma como dispusieron espacios se nota que la casa de la incultura de Roldanillo cree que los trabajadores del arte y la artesanía son unos limosneros a los que se les hace un favor inmenso. Y no es porque unos y otros no puedan estar en el mismo sitio. Es que, como dijo Perogrullo, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.