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9/26/2020

El síndrome del uniforme.

Hay, al menos, tres clases de uniformes: los que se visten para ejercer cierta autoridad como los del ejército y la policía, los que se visten para aceptar la sumisión impuesta, como el de los escolares y obreros de fábricas; y los que se visten para identificar el ejercicio de una profesión, oficio o actividad, como el de los médicos y enfermeras.

El uniforme del ejército y la policía, los guardianes de las cárceles y los agentes de tránsito, no solo confieren autoridad -en mayor o menor medida- sino sensación de poder físico. Una cosa es un soldado o un policía uniformado y otra, bien distinta, es con traje de calle. El uniformado siente que una invencible fuerza infla su espíritu y lo convierte en un ser extraordinario, inmune a cualquier cosa y con licencia para hacer lo que le dé la gana, aunque ese querer contradiga las normas formalmente establecidas en nuestra sociedad.

Un policía en vacaciones o un soldado en licencia no deja de serlo. Solo cesan temporalmente sus funciones. Sin embargo, la falta de uniforme lo desnuda, literalmente lo deja en cueros. El vestido de calle es como la kryptonita que debilita su ímpetu y lo reduce a la condición de simple mortal. Incluso el tono de su voz, antes autoritario y amenazante, se torna un tris amable y hasta traspasa los límites de su capacidad de socializar.

Para el policía o el soldado el uniforme lo es todo. No solo representa su institución… ¡Es su institución! Es la patria que debe defender, aunque no sepa qué es la patria ni donde diablos está. Es la familia que debe defender, pero no la que está integrada por sus parientes más cercanos sino la verdadera familia, la conformada por los que visten el mismo uniforme. ¿Cuántas veces un soldadito nos ha increpado en la calle diciéndonos: “Respete el uniforme”? Es que para el soldadito resulta más importante una prenda de vestir que quien la porta.

Pero hay un elemento que acrecienta aún más la eficacia de ese poder: El arma de dotación. Un uniformado sin arma es como un actor porno castrado. “A uniformado le puede faltar la madre, pero jamás su pistola”, decía un comandante a sus hombres en formación diaria. Nada más cierto. Después de todo, la madre no es familia… familia es el ejército o la policía. Lo cierto es que, si el uniforme confiere autoridad y poder al policía, el arma de dotación incrementa ilimitadamente ese poder. Lo vuelve más hombre. Ya lo dije en otra ocasión: El arma es el tercer testículo de quien la porta. Nadie ha visto a alguien con un arma en la mano acobardarse frente a otro que está desarmado. Ni en sueños.

Desde luego que los efectos que produce un uniforme de autoridad sobre quien lo viste no solo aplica a militares y policías. ¿Alguien ha entrado de visita o a realizar una diligencia a las instalaciones de una cárcel? Si no lo han hecho, pregunten y se enterarán que el personal del INPEP sí que sabe para qué se usa esa prenda dentro del establecimiento carcelario. Y ni qué decir de los agentes de tránsito municipal, personajes que no portan armas (menos mal) pero se arman de una arrogancia que es suficiente para intimidar. Créanme: si ustedes tuvieran la oportunidad de vestir como uno del EMAD, no solo se sentirían como Robocop, sino que tendrían un incontrolable deseo de salir a dar garrote y patadas, a ponerle la pistola en la cabeza a quien se atraviese, disparar contra todo el mundo, a matar (neutralizar, dicen ellos elegantemente), a acabar hasta con el nido de la perra.

De acuerdo con lo visto y percibido en estos días, un agente del orden público (o del desorden público, para ser más precisos) puede definirse como un hombre aparentemente bueno que es convertido en un abusivo gracias al poder que cree adquirir cuando viste un uniforme y porta un arma de fuego. Ese hombre, aparentemente bueno y convertido en abusivo, se transforma en asesino cuando el gobierno resuelve utilizarlo como instrumento de aniquilación de sus opositores, desvirtuando así su verdadera función que es: “mantener las condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos y libertades públicas y asegurar que los habitantes de Colombia convivan en paz”.