Páginas

10/12/2021

GRACIAS, PERO...

Recibí la semana pasada por vía virtual un comunicado suscrito conjuntamente por el alcalde municipal y el secretario de cultura y turismo del municipio de Roldanillo, cuyo contenido me permito transcribir de forma textual:

Cordial saludo.
La Administración Municipal y la Secretaría de Cultura y Turismo dentro del marco de la celebración del mes del artista nacional realizaremos una actividad artístico cultural como homenaje a nuestros artistas Roldanillenses denimonado "ROLDANILLO CONTIGO"
En esta celebración le rendiremos a usted un merecido reconocimiento y exhaltación "POR SU APORTE CULTURAL, SENTIDO DE PERTENENCIA POR LO NUESTRO E INVALUABLE CALIDAD HUMANA QUE LE HAN REPRESENTADO EL APRECIO Y QUERER DE NUESTRA "TIERRA DEL ALMA Y PUEBLO MAGICO".
Por tal motivo queremos contar con su digna e importante presencia en este acto solemne que se realizará el día jueves 14 de octubre del año en curso a partir de las 6:30 p.m. en las instalaciones del Club Social Los Gorrones.

Dado que en dos ocasiones no recibí respuesta de la administración municipal de Roldanillo a sendas peticiones escritas que envié al portal web de la alcaldía (seguramente no fueron leídas ni consideradas) no voy a perder mi tiempo enviando estos párrafos que, muy posiblemente, tampoco serán tenidos en cuenta. Así que, en esta ocasión, lo haré de manera pública y en los siguientes términos:

Debo expresar mi agradecimiento por el "...merecido reconocimiento y exaltación" que la actual administración municipal de Roldanillo ha previsto para mí. Sin embargo, también debo advertir que mi gratitud obedece a un simple gesto de cortesía recíproca y de ninguna manera está acompañada de mi aceptación. Si, digámoslo de una vez: declino el homenaje. Y también expreso mis razones.

Empiezo aclarando algo: No soy artista. Es cierto que mi trayectoria en el campo literario va sobrepasando los cincuenta años, lapso en el cual he logrado algunas publicaciones; sin embargo, eso no me hace sentir "artista". Si escribo es, en primer lugar, por gusto, en segundo lugar por vicio y ahora porque ya no tengo más que hacer. Si alguien me lee, está bien y me complace, pero no me hace sentir mejor que el zapatero o cualquier otro artesano. Si nadie me lee, no me importa ni me afecta en nada. Quizá por eso jamás he buscado reconocimientos ni tengo colección de trofeos, ni he gestionado ningún contrato de servicio literario con ningún ente gubernamental y menos he lagarteado un favor editorial de tipo oficial. No he buscado subir por la escala de las competencias. Mis libros se han ido dando sin ser consecuencia de un objetivo publicitario y por eso han salido a la luz sin afanes, unas veces en seguidilla y otras veces después de largos recesos, pero nunca porque yo los haya forzado a nacer. De modo que a todo lo que he hecho -con más intención de divertimento personal que de afán megalómano- no le doy la jerarquía de APORTE CULTURAL

De otro lado, no sé en qué momento habré mostrado mi supuesto SENTIDO DE PERTENENCIA POR LO NUESTRO, pues la verdad es que soy un desarraigado, un exiliado de mí mismo. Repitiendo a Facundo Cabral, no soy de aquí ni soy de allá, es decir: En toda parte me presento como un forastero de la vida y Con el paso de los años he reducido mi territorio social y el entorno vital al único espacio que necesito para respirar y transcurrir diariamente, limitándolo a los doce metros cuadrados del cuarto donde trabajo. Ese es mi territorio. Hasta ahí llega mi sentido de pertenencia. Ya en un contexto donde se supone que he debido desarrollar una actitud positiva y consciente respecto del pueblo donde vivo y con relación a otras personas en las que debería verme reflejado por estar identificado con sus valores y costumbres, debo decirles que me he hecho a la idea que mis amigos están lejos, que no tengo patria -ni grande ni chica- pues la patria es un mero concepto y como tal me es ajeno el que tienen los "patriotas". En el sentido literal de la palabra, es decir: en cuanto a la connotación de propiedad, hay asumir que carezco de ese valor. No me aferro a nada que represente un lastre cuantificable. No me importa si tengo o no porque, en últimas, poco necesito. Nada es mío. Nada me pertenece.

En cuanto a la CALIDAD HUMANA que hipotéticamente me representa -según el consabido comunicado- me queda una duda, pues todos tenemos calidad humana, desde el hombre más rico de este país hasta el miserable que come los desperdicios arrojados al tarro de la basura. Lo que se debió aclarar es cuál “calidad humana”, es decir: bajo qué parámetros valorativos cree la administración municipal que puede ubicarme, teniendo en cuenta que la oficialidad nacional, tan dada a la estratificación social, me encasilló en el estrato 3, donde me cobran servicios públicos como si fuera del estrato 4, hago aportes a salud como si tuviera ingresos de estrato 5 y sobrevivo como cualquier colombiano del estrato 1. Quizá supusieron, según los estrecho concepto que manejan, que en cuanto a "calidad humana", yo podría ser alguien que cuida interesadamente de las relaciones con los demás, que me gusta hacer y rehacer vínculos afectivos y pertenezco a esa particular clase de los que ven todo a través de cristales color rosa. Pues permítanme decirles que no. Soy todo lo contrario y algo más, ya que no encajo -seguro que ya no encajaré- en la estructura tribal que algunos sociólogos llaman “el rebaño”. Soy asocial (no antisocial, aclaro) por algún trastorno que no puedo ocultar y eso me aparta de los círculos sociales, de los clubes, de las asociaciones, de todo grupo. Me considero, además, un escéptico compulsivo, lo que produce rechazo de los hombres de mucha fe y me margina de ese redil. Y como soy, de igual manera, un viejo que habla y obra con osadía, mi CALIDAD HUMANA está en entredicho según la visión y la vara con que la oficialidad y la “gente de bien” de esta aldea miden a las personas para acogerlas según estén o no de acuerdo con ellas. Mi actitud y mi estilo de vida van en contravía de esa visión. Pero esa es la actitud y ese es el estilo de vida que elegí, precisamente, porque me aísla de muchas circunstancias que me fastidian. Entre ellas los homenajes, los reconocimientos.

Desde luego que nada de lo anterior llega a generar o representar EL APRECIO Y EL QUERER DE LA “TIERRA DEL ALMA” Y EL “PUEBLO MÁGICO”. Ni más faltaba que fuera así. En una tierra sin alma y cuyo concepto de pueblo mágico no he podido entender, el aprecio, si bien no sobra y en algunos mementos especiales lo he sentido de mis amigos y conocidos, en este particular caso no va más allá de un formulismo galante representado por la zalamería que tanto prodigan los políticos en épocas cercanas a elecciones. No, no es cierto que el aprecio y el querer me lluevan como en el diluvio de la fábula bíblica.

Finalmente (aunque debió ser lo primero) y como complemento de lo anterior, considero -y lo he dicho en otras oportunidades- que los homenajes oficiales no son más que otro acto político muy similar a la inauguración de la sede de cualquier cosa o la entrega de algunos metros de concreto, para solo citar los más comunes y del excelso gusto de la administración pública. En unos y otros, el oferente termina desplazando al homenajeado y se convierte en el objeto de los elogios. Después de todo, es el gobernante, ya sea nacional o veredal, a quien todos ponderan por el espíritu progresista, la vocación de servicio desinteresado, la capacidad de gestión, pero sobre todo -volviendo a lo que nos ocupa- por la generosidad demostrada mediante el reconocimiento, exaltación y apoyo irrestricto al destacado cultor de… de cualquier embeleco cultural o artístico. Pienso que hay dos tipos de homenajes: El que se rinde a quienes han oficiado como genuflexos permanentes y no abren la boca ni siquiera para bostezar un inofensivo desacuerdo. Y el que se teje pacientemente, como un tapaboca contra peligrosas pandemias, para acallar a los que siempre están cuestionando, criticando, poniendo el dedo en la llaga y las actuaciones oficiales en evidencia.

Por eso, permítanme declinar a ese homenaje. Viniendo de la oficialidad gubernamental, esa que yo cuestiono y critico con frecuencia y con dureza, no sería consecuente ni coherente de mi parte aceptarlo... Entonces, GRACIAS, PERO NO. En el mercado deontológico un cartón honorífico no vale tanto como mi independencia como escritor y mi dignidad personal. Éstas permanecerán aferrada a mis convicciones hasta el final. En cambio, ese cartón iría al mismo lugar a donde han ido a parar mis diplomas y demás certificados académicos y profesionales: al cesto de la basura.