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7/03/2022

Inaugurando la tapada de una gotera

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Desde hace varios días -meses, tal vez- Josías Parra hizo periódicas denuncias en Facebook sobre el abandono a que estaban sometiendo la capilla de Nuestra Señora de Chiquinquirá. Hasta ahí muy bien. Pero ocurrió que su voz alertando sobre el deterioro del techo, que dejaba filtrar goteras en los días de lluvia no solo fue desatendida en su momento, sino que empezó a recibir críticas de quienes no ven más allá de un palmo de narices. “Usted no hace sino criticar y no ve las cosas positivas” le dijo una señora discípula de Walter Rizo. El político Henry Arcila, a quien Roldanillo le debe muchísimo más de lo que ha hecho, le escribió en la publicación: “Josías, aprenda a vivir en sociedad”, en vez de decir, con el clásico tono de los que han vivido de la ubre pública: “Vamos a gestionar y buscar los recursos para solucionar ese grave problema". Desde luego que las manifestaciones de apoyo tampoco se hicieron esperar y, para tranquilidad del denunciante, sobrepasaron en número a los alaridos de recriminación.

Lo grave de todo es que la administradora de ese patrimonio histórico, la hermana Aura María, fue y regresó y volvió de nuevo a la sede de la alcaldía municipal de tratando de ser oída. Primero exigió, luego sólo pidió y finalmente rogó -como si rogara a su Dios- que mandaran unos obreros para que taparan las goteras y así evitar que el cielorraso se desfondara. Oídos sordos. Como para quitarse la molestia de encima, el alcalde hizo lo que todo alcalde que se precie de ser más polítiquero que alcalde: le dijo a la hermana Aura María que fuera a la Secretaría de Cultura y Turismo, que allá era donde ponían las garzas. Como cosa extraña en este país, de allá la regresaron a la alcaldía y de la alcaldía al Ministerio de Cultura. Mejor dicho: No le solucionaron lo de la cultura, pero sí la mandaron de turismo, sin gastos pagos, por las dependencias que no alcanzó a conocer Kafka, pero que ella recorrió en el transcurso de más de un año. Ahí fue donde intervino Josías, tan abogado del diablo como este servidor. Y ahí fue cuando mi amigo le sugirió al señor Henry Arcila que moviera sus influencias y realizara alguna gestión ante el Ministerio de Cultura, y el político -fiel al tratamiento que se le debe dar al simple parroquiano- lo mandó a que aprendiera a vivir en sociedad. Casi que lo manda a comer mierda. Casi.

Al final de cuentas, pese a que el alcalde y el secretario de Cultura y Turismo aseguraran que el asunto no era de su competencia aldeana sino del gobierno central, enviaron a unos trapecistas (¿Cómo llamarle a unos hombres trepados en andamios, a gran altura y sin arneses de seguridad?) que en menos de lo que canta un gallo taparon los huecos y, de paso, le taparon la boca a la hermana Aura María y a Josías. Sin embargo, me queda una duda: Si ese asunto no era de la incumbencia municipal ¿De dónde salió el dinero para tapar los huecos de propiedad del gobierno nacional? Bueno, no importa… ellos saben cómo hacen las cosas.

Ahora veo uno de esos comunicados que la alcaldía expide para deleite de los amantes de la buena redacción y ortografía. Anúncian que… Mejor véanlo ustedes Lo más notorio es la desfachatez con que posa la oficialidad. Hay servidores públicos que inauguran hasta la tapada de una gotera, cuando solo era taparla y ya. Ya saben por qué este es pueblo de mágicos

¿Y Josías? Ah, a él es a quien le debemos dar las gracias por dedicarse a empujar paquidermos.


Roldanillo, 3 de julio de 2022

5/28/2022

Dizque salvando la democracia

 Si usted fue de los que repitió y repitió que su voto sería para salvar la democracia, permítame hacerle notar que lo que hizo fue, simplemente, ejercer el derecho a elegir y ser elegido; es decir: solo estaba participando en un acto ciudadano, de la misma manera que su contrario político, ése que también votó con el mismo argumento: Salvar la democracia. 


Tal vez el agite vivido a lo largo de esta campaña electoral no le permitió discernir que lo que realmente usted estaba defendiendo no era otra cosa que los intereses de su candidato y, de pronto, algunos intereses suyos. Sobre eso no hay que profundizar mucho porque su inteligencia ya había despejado cualquier duda al respecto. ¿Tal vez consideró que, de toda forma, ese era un magnífico argumento para arrear hacia las urnas a aquellos que no se paran a analizar sus actos políticos y caminan a tientas a pesar de gozar de una visión perfecta? Si fue así, permítame también decirle que lo que usted hizo no fue más que caer en los vicios ancestrales de los políticos que usted ha seguido. Porque aquí no seguimos ideas o propuestas -menos aún perspectivas ideológicas- sino a personas que saben como arrastrar tras de sí a una muchedumbre sin tener que hacer sonar la flauta. Aquí ni siquiera seguimos plataformas políticas sino a personas cuyo mérito es tener más astucia que inteligencia y más prontuario criminal que hoja de vida y demostrada honestidad. 


Todos sabemos que desde los tiempos de Bolívar y Santander la política en Colombia se viene nutriendo de falacias, trampas, engaños. Nuestra forma de hacer política se ha basado en la táctica del desprestigio al contrario. Después de la llamada Guerra de los Mil Días, la palabra mágica para deslegitimar fue COMUNISMO. El concepto maniqueísta del término comunista sigue vigente, solo que en la actualidad le hemos agregado dos elementos de efectos harto nocivos: el insulto que se escuda en las sombras de las redes sociales y el cuestionamiento ético fundamentado en la desinformación. 


En la campaña por la presidencia de la República quedó claro que ese los votos no se consiguen con ofertas sociales ni con las re-manidas promesas electoreras, sino con ofensas, afirmaciones alejadas de la realidad, injurias y calumnias, señalamientos irresponsables. Todos los que nos asomamos a Facebook o Twitter hemos caído en el juego sucio, Todos hemos participado de alguna manera, directa o indirectamente, unos mintiendo descaradamente, otros exponiendo verdades a medias y el resto publicando historias convenientes a su interés particular. Y todo dizque por salvar la democracia. ¿Cuál democracia? ¿La suya? o ¿la mía? 


Como sea, mañana elegiremos la persona que guiará durante cuatro años un país que merece mejor suerte que la mostrada hasta ahora. ¿Quién ganará? No importa. Los siete candidatos piensan en una mejor Colombia para los colombianos. Desde Bolívar y Santander se viene diciendo lo mismo. ¿Aguantaremos otros doscientos diez años más?





5/10/2022

Yo te insulto, tú me insultas, nosotros nos insultamos

 Si usted cree que a partir del 30 de mayo este país será diferente, tiene una visión muy romántica de la historia de Colombia y de los colombianos. Después de haber elegido presidente, Colombia seguirá el mismo rumbo y no dejará de ser el valioso botín por el que irán los políticos codiciosos, mientras los colombianos estaremos, como siempre, ocupados en mantener vivo un odio sin sentido. Y no es que repitamos la historia; simplemente no hemos querido terminarla. 

Si no fuera una falacia, se podría decir que ciertas condiciones genéticas nos predisponen a un comportamiento que excede las razones.  Nos preciamos de inteligentes, pero en asuntos de política exhibimos una ignorancia que va más allá de todo cálculo, pues aquí seguimos personajes y no ideas. ¿Acaso el colombiano común (usted o yo) conoce la plataforma ideológica de su partido? ¿Conocemos, al menos, un resumen doctrinario y algo de la historia del grupo al que pertenecemos? Es que en Colombia no hay partidos; hay rentables empresas políticas de las que se benefician unos cuantos, gracias a la fidelidad -casi siempre ciega- de sus seguidores. Rara vez alguien dice: Soy militante de tal o cual partido. Aquí siempre se dice: Soy seguidor de tal o cual político.

Ad portas de los comicios presidenciales se cuentan dieciséis partidos con personería jurídica. Sin embargo, los colombianos hemos abierto una profunda zanja, dejando -a lado izquierdo y lado derecho- hordas rabiosas que no confrontan propuestas programáticas ni argumentan con inteligencia, porque lo que se estila en el sórdido mundo de la política es el insulto gratuito oculto tras la mentira, la calumnia, la injuria. No hay ningún inconveniente en enlodar la campaña del contrario con afirmaciones, a veces descabelladas, que van desde la acusación sin fundamento hasta el bochinche malintencionado. Algunos, incluso, creen que la burla que ofende merece aplausos cerrados. 

¿Por qué quien dice ser mi amigo se convierte en un francotirador cuando mis ideas políticas no son concordantes con las suyas? “Así soy y nadie me va a cambiar, menos usted” me dijo alguien que cierta vez me amenazó de manera solapada porque no compartí su punto de vista. ¿Se dan cuenta? Entonces, no seamos tan eufóricos (o tan pesimistas, según el caso) y aceptemos que sin importar quién sea el elegido, esta Colombia seguirá siendo la misma hasta el día en que los colombianos dejemos de ser los mismos.