Si alguna profesión (en el sentido de profesar)
requiere un largo aprendizaje es el de la política. Los primeros pinos se dan
en la casa, gracias a la perversa intención paterna de meter en un cerebro
apenas en formación ideas que ni el que las transmite sabe si son acertadas o
no. Por eso, si a usted le preguntan por qué es del partido A la única
respuesta que puede dar es: Porque mi papá es del partido A. Eso se vuelve casi
genético y viene aparejado con el grupo sanguíneo. Mi experiencia pudo ser
similar de no haber sido por un incidente nada extraordinario que, sin embargo,
marcó la pauta en mi forma de ver el entorno que me tocó en suerte.
Resulta que mi padre, carpintero de oficio, fue
también un hincha apasionado del Deportivo Cali. Sus discusiones con amigos y
colegas eran de antología. Como el estadio más cercano era el Mora Mora de
Pereira, cada vez que jugaba allí la “amenaza verde” mi padre alistaba bártulos
(la palabra es de él) y en un bus de Trejos iba a ver jugar el equipo que
constituía su único amor. Casi siempre yo lo acompañaba, lo que no fue
suficiente para que ese amor se transmitiera por ósmosis, pues pudo más mi
incipiente pero natural inclinación a nadar río arriba tratando de buscar un
ahogado que siempre iba río abajo. Entonces decidí ser hincha del América. Mi
padre no lo podía creer. Yo tampoco.
Ya podrán suponer que en casa de mi padre en Zarzal (la de mi
madre era en otra parte) no faltaba ocasión para hablar de fútbol. Y de política. Porque
mi padre, además, era liberal. Rafael Uribe Uribe, Eduardo Santos, Jorge
Eliécer Gaitán, Alberto Lleras Camargo, Alfonso López Michelsen… esos fueron
líderes que yo conocí en mi niñez debido a que a diario iban a la casa y se
sentaban a almorzar en el banco de carpintería que por obra y gracia de un plato de sopa de albóndigas se convertía en mesa de comedor.
Con la misma
pasión con que hablaba del “glorioso” Deportivo Cali, mi padre hacía reseñas
históricas del “glorioso” partido liberal. Era tanto el ardor que le ponía a
ese tema, que el 13 de julio de 1965, fecha en que murió Laureano Gómez, el hincha
del Cali se puso una camisa roja y salió al parque Gaitán de Zarzal a celebrar con sus
amigos ese acontecimiento. “¡Murió el
asesino!” recuerdo que gritaba alborozado. Yo, que había salido tras de él,
me quedé con la jeta abierta, viéndolo
gesticular y casi sin poder pronunciar palabras. No lo podía creer. Mi padre
tampoco.
"¡Murió el asesino!" recuerdo que gritaba alborozado. |
Creo que desde ese día empecé a detestar los
fanatismos. Además, yo no tenía motivos para ser fanático por nada: Era hincha
del américa porque sí, por llevarle la contraria a mi padre. Y como si fuera
poco, mi madre era conservadora… sí, porque su padre y su abuelo y, tal vez su
bisabuelo y tatarabuelo también lo fueron. Entonces decidí que ni el fútbol ni
la política me interesaban. Luego, a esa apatía agregué el desinterés por lo
religioso. Me sacudí de esos tres motivos de discordias. Me escabullí de ese
triángulo ideológico que arrebaña y aconducta. Claro que me gusta el fútbol,
pero como espectáculo que se puede disfrutar con cualquier equipo. Desde luego
que no me aparto de la premisa del hombre como animal político, pero soy más
animal que político. Sí, tengo mis creencias, pero no están en los altares ni
los libros sagrados. Así es que, perdonen la inmodestia, tengo una cierta
ventaja que me hace un poquito independiente y otro tanto librepensador.
Quizás por eso es que ver el espectáculo que por estos
días están dando los seguidores de Fulano y de Zutano (ya no se puede hablar de
partidos políticos) produce una débil y amarga sonrisa. Personas que defienden
propuestas que nada proponen y atacan al candidato contrario que tampoco tiene
propuestas. Muchachos que hablan sin fundamento alguno porque desconocen
incluso la historia más reciente de este país, seguidores que sólo tiene oídos
para escuchar el sonido de flautas encantadoras, gente que antepone ideas
ajenas a sentimientos propios… en fin, personas que odian de gratis y su único
razonamiento es el insulto y el calificativo discriminatorio. Por ahí escuché
de manera casual una charla en la que alguien le decía a su interlocutor: “A mi
hijo le estoy enseñando que con los comunistas ni mierda. Esa gente hay que
borrarla de la faz de la tierra…” Imaginé que si fuera comunista (algo que ya no tiene vigencia) ese alguien, de unos veinticinco años, dría que con los conservadores y liberales (que ya no
existen) ni mierda porque a esa gente hay que borrarla. Y terminé pensando: a Manuel
Alejandro a y a María Angélica, mis dos pequeños hijos, les seguiré enseñando
que el objetivo en la vida no es tener éxito sino tener dignidad, no importa si nadan a
favor o en contra de la corriente buscando un ahogado que ahora va río arriba. Lo demás viene por añadidura.
Roldanillo, 7 de marzo de 2018
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