Tal vez el agite vivido a lo largo de esta campaña electoral no le permitió discernir que lo que realmente usted estaba defendiendo no era otra cosa que los intereses de su candidato y, de pronto, algunos intereses suyos. Sobre eso no hay que profundizar mucho porque su inteligencia ya había despejado cualquier duda al respecto. ¿Tal vez consideró que, de toda forma, ese era un magnífico argumento para arrear hacia las urnas a aquellos que no se paran a analizar sus actos políticos y caminan a tientas a pesar de gozar de una visión perfecta? Si fue así, permítame también decirle que lo que usted hizo no fue más que caer en los vicios ancestrales de los políticos que usted ha seguido. Porque aquí no seguimos ideas o propuestas -menos aún perspectivas ideológicas- sino a personas que saben como arrastrar tras de sí a una muchedumbre sin tener que hacer sonar la flauta. Aquí ni siquiera seguimos plataformas políticas sino a personas cuyo mérito es tener más astucia que inteligencia y más prontuario criminal que hoja de vida y demostrada honestidad.
Todos sabemos que desde los tiempos de Bolívar y Santander la política en Colombia se viene nutriendo de falacias, trampas, engaños. Nuestra forma de hacer política se ha basado en la táctica del desprestigio al contrario. Después de la llamada Guerra de los Mil Días, la palabra mágica para deslegitimar fue COMUNISMO. El concepto maniqueísta del término comunista sigue vigente, solo que en la actualidad le hemos agregado dos elementos de efectos harto nocivos: el insulto que se escuda en las sombras de las redes sociales y el cuestionamiento ético fundamentado en la desinformación.
En la campaña por la presidencia de la República quedó claro que ese los votos no se consiguen con ofertas sociales ni con las re-manidas promesas electoreras, sino con ofensas, afirmaciones alejadas de la realidad, injurias y calumnias, señalamientos irresponsables. Todos los que nos asomamos a Facebook o Twitter hemos caído en el juego sucio, Todos hemos participado de alguna manera, directa o indirectamente, unos mintiendo descaradamente, otros exponiendo verdades a medias y el resto publicando historias convenientes a su interés particular. Y todo dizque por salvar la democracia. ¿Cuál democracia? ¿La suya? o ¿la mía?
Como sea, mañana elegiremos la persona que guiará durante cuatro años un país que merece mejor suerte que la mostrada hasta ahora. ¿Quién ganará? No importa. Los siete candidatos piensan en una mejor Colombia para los colombianos. Desde Bolívar y Santander se viene diciendo lo mismo. ¿Aguantaremos otros doscientos diez años más?
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