A raíz de uno de mis carteles publicados en Facebook, alguien muy preocupado me escribió por el chat de Messinger: "Te vas a quedar sin amigos". Eso me hizo revisar la lista de todos esos eventuales amigos y logré constatar que los que he ido recogiendo a lo largo de mis casi setenta años, puedo contarlos con los dedos de mis manos y me sobran dedos. O me faltan amigos. Y no es porque yo sea en exceso exigente al escogerlos; al contrario: es que pienso que las personas son muy exigentes al escogerme.
Claro que en Facebook llegué a contar 781 la semana antepasada. ¿Tántos? Sí, toda una muchedumbre si tenemos en cuenta que ni siquiera en la cuadra saben de mi existencia. Entonces, me dí a la engorrosa tarea de eliminar de mi listado a aquellos que ni fu ni fa, a los que me "solicitaron amistad" sólo para mirar por el ojo de la cerradura, a los que llegan sin mirar y pasan de largo, a los que uno no puede leer porque nada publican y, de manera muy especial, a los que entran a mis posts no a controvertir con altura sino con dos piedras en la mano y un insulto a flor de labios. Al final he reducido ese número a 644, que sigue siendo exagerado, porque... ¿Con cuántos puedo decir que nos hemos estrechado las manos? ¿Con cuántos he compartido al menos media hora de charla personal? ¿Con cuántos he tomado un café mientras hablamos de literatura? ¿Con cuántos puedo hablar de literatura o de cualquier cosa que afiance el vínculo? Amigos no virtuales, muy pocos. Y de los virtuales, incluyendo a los que amablemente entran a mi muro, menos aún.
El problema que captó el amigo que me hizo la advertencia inicial radica en la aparente ambigüedad encontrada en la publicación "Arropados con la misma cobija" que alude a la situación política de Evo Morales. Pulse aquí para abrir la publicación. Casi todas mis publicaciones causan escozor en los colombonazis y en algunos que muestran su capacidad de análisis refugiándose en la comodidad de los "ismos" para que un patriarca piense por ellos. En esta ocasión el escozor tocó la epidermis ideológica de los "istas", especialmente en los progresistas de tendencia izquierdista, orilla en la que me han encasillado. Es que Evo Morales apareció en en panorama político como un mesías enviado por el sindicalismo y apoyado por el movimiento indigenista, que es la esencia del pueblo boliviano. Y de veras que su gobierno favoreció a todos, impulsando programas sociales que hizo salir del fondo a algunos sectores populares. Eso es de aplaudir y, por eso, mis simpatías se inclinaron hacia este hombre con digno rostro de vasija ancestral.
Luego, su reelección fue merecida y en ningún momento cuestionada. Pero llegó la hora de elegir a su sucesor y ahí fue donde Evo Morales peló el cobre y mostró su ambición de poder y decisión de aferrarse a él de forma vitalicia. El pueblo, ese mismo que lo eligió como su salvador, vio que algo no cuadraba y decidió decírselo en las urnas. Evo presintió que su tercer período iba barranco abajo y le rogó a Dios que le diera una mano. Dios no dijo por segunda vez: Hágase la luz, sino que cortó la energía eléctrica. Cuando se restableció el fluido, los computadores de la Registraduría dieron como ganador, por tercera vez, al ilustre y auténtico nativo. A sólo dos meses de entregar el puestico y después de catorce años manejando las riendas de Bolivia, se confirmó judicialmente que Evo había logrado sentarse por tercera vez en la silla presidencial gracias a un fraude electoral.
Ahora sí una apreciación que podría sobrar:
Si un político colombiano (o boliviano) de la derecha recalcitrante obtiene la presidencia de la república mediante fraude porque quiere perpetuarse en el poder como cualquier dictador, ¿Debe renunciar o ser destituido? Claro que sí. Sin importar si ese político resultó ser el mejor presidente del universo, debe renunciar o ser destituido.
Si un político colombiano (o boliviano) de la izquierda recalcitrante obtiene la presidencia de la república mediante fraude porque quiere perpetuarse en el poder como cualquier dictador, ¿Debe renunciar o ser destituido? Claro que sí. Sin importar si ese político resultó ser el mejor presidente del universo, debe renunciar o ser destituido.
La cuestión no es de emociones o preferencias, sino de institucionalidad. De legalidad. De honestidad. De integridad. De objetividad.