Por primera vez, desde
que asumí el oficio de escritor, debo aceptar que no sabía cómo empezar este
texto. Largo tiempo me senté frente a mi portátil sin encontrar las palabras,
sin que las ideas fluyeran. Es que no sabía cómo expresar mi impotencia ante
ciertas situaciones que, aunque me son harto conocidas, ahora me tomaron por
sorpresa. No sé cómo manejar la gran frustración que siento por vivir en un
país donde la gente dice que goza de todas las libertades, pero a la hora de la
verdad no es posible expresar opiniones propias sin correr algún tipo de
riesgo. El riesgo menor es el irrespeto,
que a veces se presenta con insultos. El mayor, ya lo saben, es la muerte.
Una contingencia intermedia es la amenaza, esa advertencia que a diario recibimos y de la cual,
una vez sopesada su intención, sabemos a qué atenernos. El agente de tránsito
al que le escupen un Usted no sabe quién soy yo sabe que esa amenaza no
tiene consecuencias, salvo la de quedar expuesta en las redes sociales. El
muchacho de la escuela a quien su compañero de salón le dice: A la salida
nos vemos, sabe que esa amenaza puede traer el doloroso resultado de un
puñetazo. El deudor que recibe una notificación de cobro jurídico sabe que esa
amenaza puede terminar en un embargo. Pero el “boletiado” ese que recibe
un papel tirado por debajo de la puerta en el que le advierten que debe
entregar cierta suma de dinero o cualquiera otra exigencia, sabe que esa
amenaza debe cumplirse para continuar ejerciendo la actividad por la cual
recibe la invitación a colaborar económicamente. Y seguir respirando.
En la primera
consideración, la del menor riesgo, he estado siempre por publicar mensajes que
tocan la fibra política de los de izquierda y derecha en Facebook, ya sea
mediante lo que llamo cartelitos o a manera de artículos. He recibido regaños,
reproches, censuras, condenas, reprobaciones, quejas, insultos, bloqueos, etc.
Me han dicho que si vivo en Marte o en la Luna, me han calificado de
incoherente, me han insinuado que me vaya para Venezuela o Cuba, me
han mandado a comer mierda, han calificado como basura lo que digo, me han
otorgado carné de castrochavista… incluso, en un extremo opuesto, me han
enviado al Ubérrimo para que, literalmente, le bese el culo a Uribe.
Como yo sé con qué
tipo de gente y de gentuza debo tratar en las redes sociales, no le doy mucha
importancia a esos calificativos desobligantes, groseros, mezquinos, propios de
quienes actúan en las marginalidades. Pocas veces les doy respuesta, porque sé
que estoy hablando con gente cuyo único argumento son las dos piedras que
cargan en la mano y eso no me va a hacer cambiar de pensamiento (sólo los
argumentos inteligentes y convincentes pueden hacerlo) ni le va a poner una mordaza a mi libre e independiente opinión.
Ahora entré en otra
categoría: la de los “boletiados”. El pasado miércoles 26 de junio, bien de
madrugada, abrí mi correo y encontré un mensaje spam enviado por luchoaguilar90@gmail.com. ¿Lucho Aguilar? ¿Aguilucho? Aunque no está en mis contactos, vi un
documento en pdf que descargué, previo análisis antivirus. La sorpresa fue
grande y la primera impresión más que impactante.
Acepto que sentí miedo y, en un comienzo no supe
qué hacer. Finalmente decidí llamar a un amigo del pueblo, pero no me
respondió. Llamé a otro, que vive en Buga, y en sus hombros descargué mis inquietudes. Luego llamé a una amiga poeta de Tuluá y a una ex-compañera
del CTI. Con lo recogido de esas charlas, la colaboración de otro amigo conocedor
del tema y mi no olvidada experiencia me di, en estos cuatro días, a hacer un
análisis de ese panfleto, llegando a deducciones que, obviamente, no voy a
publicar aquí pero que, con alto porcentaje de certeza, indican que el
panfleto recibido NO proviene de ese grupo que no existe pero ahí está; es obra de una persona que no encontró otra manera de presionar para meterme terror y lograr mi silencio. Esa mensajero subterráneo, por alguna razón estrictamente personal me escogió como su objetivo. ¿Acaso soy el único que hace crítica y pone el dedo en la llaga política? Desde luego, conoce mi email y envió su
mensaje, con muchas inconsistencias -como la fecha, la falta de un Frente responsable y el equívoco con mi apellido- desde un
correo de perfil falso, tan falso que lo eliminó inmediatamente. Que me odie, es lo de menos. Que exteriorice su odio de esa manera tan rastrera es lo reprochable. Merece peores calificativos que los que he coleccionado en mi hoja de vida.
A esa persona (y a las que asumen ese paradigmático rol de la cobardía) le digo
públicamente que las réplicas se hacen con argumentos, no con sucias intimidaciones
que -no voy a negar- lograron otros objetivos: me produjeron, primero, desazón,
temor, frustración, impotencia… Rabia. Luego, tuvieron el poder de quitarme el
sueño por tres días y el apetito hasta ahora, pero no más. Sin embargo, le digo a esa persona que no callaré.
Y no lo digo con intrepidez o por un arranque de falso heroísmo. Lo digo con la
convicción de quien tiene grabados en su consciencia un montón de ideas e
ideales que, seguramente, a ojos ajenos son estupideces, pero para mí son la razón de la lucha supramaterial que emprendo todos los días..