Existen unos desvergonzados que tienen el hábito de
mirar por las hendijas, por el hueco de cerradura, a través de las cortinas o
resguardados en puertas y ventanas medio entornadas: Son los voyeuristas,
personas que dejaron de sentir simple curiosidad y se convirtieron en morbosos
observadores de la vida ajena. Para estos enfermos mentales (muy seguramente también de otras cosas) estos tiempo de la cibernética son ideales, si se tiene en cuenta que la internet convirtió el planeta en una aldea global; es decir, en un lugar que podemos observar desde el escritorio o el teléfono celular, sin ser observados... aparentemente.
Si para el voyeurista echar una mirada por ese periscopio enfermizo es un fuente de placer (que va desde lo deleitable a lo orgásmico), para quien es mirado termina siendo un motivo de disgusto. Para llegar a la exasperación basta con que alguien vaya caminando de manera desprevenida por una calle y al mirar hacia atrás encuentre que unos ojos se clavan en su espalda. Eso, de toda forma, es una transgresión a la privacidad, es una violación a la línea fronteriza que toda persona extiende para ponerle límites a los intrusos. No importa que se camine en una vía pública.
Lo mismo aplica para aquellos que "piden" amistad en las redes sociales y luego dejan la impresión de haber desaparecido del mapa. No hacen ningún comentario ni se dignan dejar un pulgar arriba para significar que les gustó lo publicado o, simplemente, para hacerle notar al del post que sí pasó por ahí y se detuvo a leer. En mi caso particular, no los necesito. Sin embargo, uno se pregunta: ¿Cuáles son, entonces, sus verdaderas intenciones? Si yo sufriera de paranoia extrema estaría afirmando que son espías, seres enviados por entidades intergalácticas para clonar mi inteligencia o, quizá, agentes al servicio de las potencias mundiales para robar los planes que celosamente guardo con el fin escribir mi próximo libro de poemas. Como no soy paranoico (pero, por favor, no me siga los pasos) lo único que pienso es que estos peculiares pedigüeños de amistad son vulgares voyeuristas, pues no buscan mantener contacto con los conocidos ni ampliar el círculo de personas con las que pueda comunicarse en cualquier momento y desde cualquier lugar. Ni siquiera persiguen fortalecer el grupo con el que puede tratar temas afines con amplitud y desbordante sapiencia. Ellos sólo buscan husmear en los asuntos ajenos para saber cuáles son sus ideas, sus gustos y disgustos, su pensamiento político y religioso... en pocas palabras: sólo buscan meterse, sin permiso, a las cocinas ajenas para poder destapar las ollas y saber qué comen los demás, qué tan abundante es su alacena y que tan colmada está su nevera.
Desde luego que en algunos caso, hay razones traslúcidas en esto de pedir y aceptar amistad en las redes sociales. Pero esa claridad se va empañando cuando los bien intencionados amigos empiezan a bombardearnos el Messenger y el WhatsApp y quedamos sobrecargados con mensajes que pretenden, sin tapujos, convencernos de lo perdidos que estamos al no seguir al político de su preferencia, de las torturas, maldiciones y otros castigos que nos esperan si no compartimos sus mensajes religiosos, de lo ignorantes que somos por no difundir la filosofía de baratillo contenida en las frases inspiradas por los libros de auto-ayuda.
Es, entonces, cuando uno quisiera salir corriendo y no volver por aquí. Pero las redes sociales tienen su encanto, ese poder hipnótico que permite colectivizar la idiotez. La mía y la de unos cuantos miles de millones en el planeta. Mi amigo el conformista sentenció que toca aguantar o cerrar la cuenta porque ahí hay de todo. Tengo otra opinión: Si en la calle también hay personajes de todos los pelambres y no es obligatorio cerrar la puerta o aguantar, toca tomar echar mano de otras estrategias.
Una de esas estrategias es usar el borrador. Revisando mi Facebook he podido saber que cuento con 586 amigos. Estoy sorprendido con esa cantidad, ya que pasan las semanas sin que yo salga de la casa a socializar. ¡586 amigos! Eso desborda mi realidad.¿Cuántos fisgones o voyeuristas cibernéticos hay entre ellos? Lo sabré a partir de este momento, muy propicio para usar ese borrador.
Es, entonces, cuando uno quisiera salir corriendo y no volver por aquí. Pero las redes sociales tienen su encanto, ese poder hipnótico que permite colectivizar la idiotez. La mía y la de unos cuantos miles de millones en el planeta. Mi amigo el conformista sentenció que toca aguantar o cerrar la cuenta porque ahí hay de todo. Tengo otra opinión: Si en la calle también hay personajes de todos los pelambres y no es obligatorio cerrar la puerta o aguantar, toca tomar echar mano de otras estrategias.
Una de esas estrategias es usar el borrador. Revisando mi Facebook he podido saber que cuento con 586 amigos. Estoy sorprendido con esa cantidad, ya que pasan las semanas sin que yo salga de la casa a socializar. ¡586 amigos! Eso desborda mi realidad.¿Cuántos fisgones o voyeuristas cibernéticos hay entre ellos? Lo sabré a partir de este momento, muy propicio para usar ese borrador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario