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¿Adversarios políticos o enemigos personales?

En Colombia se cuentan dieciséis partidos con personería jurídica. Sin embargo, los colombianos hemos abierto una profunda zanja, dejando -al lado izquierdo y al lado derecho- hordas rabiosas que no confrontan propuestas programáticas ni argumentan con inteligencia, porque lo que se estila en el sórdido mundo de la política es el insulto gratuito que se oculta tras la mentira, la calumnia y la injuria. No hay ningún inconveniente en enlodar al contrario con afirmaciones, a veces descabelladas, que van desde la acusación sin fundamento hasta el bochinche malintencionado. Algunos, incluso, creen que la burla que ofende merece aplausos cerrados, no importa si va dirigida al vecino, al conocido, al desconocido o, incluso, al pariente que antes era tan querido.

Por eso pregunto: ¿Por qué quien dijo ser mi amigo entrañable se convierte ahora en un francotirador implacable que me tiene en la mira al ver que mi pensamiento político no es concordante con el suyo? “Vos lo que sos es un hijueputa mamerto” me dice ahora con un odio que no le conocía. Y de manera solapada me lanza algunas amenazas en las que se incluyen frases como: “Vamos a eliminar a los que quieren acabar con la democracia”. Con esa frase de cajón se refiere a los que piensan diferente, a los que tienen un credo diferente o una preferencia por un equipo de fútbol distinto del suyo. Es que la política lo alienó, lo encegueció, lo idiotizó, le está haciendo ver comunistas donde en realidad solo hay molinos de viento. ¿Si la pillan?

Entonces, no seamos tan eufóricos y aceptemos que, sin importar quién esté con las riendas del poder en las manos, esta Colombia (que alguna vez estuvo consagrado a una víscera: el corazón de Jesús) ha sido la misma desde hace más de doscientos años… y seguirá siendo la misma hasta el día en que los colombianos dejemos de ser los mismos. Es decir, cuando dejemos de convertir a los adversarios políticos en enemigos personales.

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