Cuando escribimos sobre un tema que es actualidad noticiosa o, como
dicen por ahí, tendencia viral en las redes sociales, lo menos que
esperamos es que un buen número de personas nos lea y comente algo al respecto.
Si el tema es de carácter político, nuestras expectativas cambian y se tornan
exigencia. Es decir: ya no escribimos para expresar en público nuestra opinión,
sino para que todos estén de acuerdo con lo que opinamos.
Es, entonces, cuando la réplica deja de ser un instrumento ideológico
para convertirse en arma de doble filo que sirve para contradecir y, a la
vez, para agredir. Más lo segundo que lo primero. Esto se hace evidente,
por ejemplo, con el Proceso de Paz, proyecto gubernamental que ha polarizado a
los colombianos de tal forma que ya no nos referimos a conservadores y
liberales, como antaño, sino a uribistas y santistas.
Se sabe que unos y otros no pertenecen a partidos diferentes, sino
a diferentes clubes políticos con la misma ideología (si es que algo les queda
de ideas fundamentales) y por eso optamos por seguir a personas y no ideas,
convirtiéndonos en fans de unos líderes de directorios que están ahí movidos
por intereses exclusivamente personales. La paz es ahora el caballito de
batalla para arrastrar seguidores.
Sin embargo, el colombiano común y corriente, ese que come empanadas en
la fritanga de la esquina -como yo- no entiende de esas cosas. O no quiere
entender, que es otra forma de cerrarse a la banda y arrojar en la cara de su
contrario un baldado de excremento cuando se atreve a opinar. Porque aquí no se
trata de si tengo argumento para querer la guerra o los tengo para que querer
la paz, sino de decirle al otro: Usted tiene que pensar como yo.
La utilización de palabras de grueso calibre, insultos que muestran el
odio extremo, amenazas solapadas que pretenden intimidar al adversario, burlas
descaradas lanzadas sin ninguna consideración, estos son algunos de los
argumentos que esgrimen los que tienen argumentos. Ante tal carencia sólo
quedan dos opciones: descender al nivel del agresor o bloquearlo y eliminar su
comentario. Quien tenga cuatro dedos de frente optará por esto último.
Esa es, pues, la estrategia de quien, además de ser intolerante, está
convencido que los demás deben aceptar sus razones sin ninguna fórmula de
juicio. Y a esa estrategia no podemos seguir haciéndole el juego. Quien tiene
como deporte contradecir para provocar, siente un placer morboso cuando le
responden. Es como la araña viuda: teje la red y cada 30 segundos abre el
Facebbok para ver quien se enredó.
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