9 Jul 2019 - 3:30 PM
Por: Andrés Hoyos
El error es bello
En Colombia, el país con mayor cantidad de correctores de pruebas
por metro cuadrado de cuantos hablan español —yo mismo he cometido ese pecado—,
hacer un elogio de los errores gramaticales implica ponerse a tiro de las
plumas indignadas, pero ni modos.
“Ojalá que te vaya bonito... que conozcas personas más buenas”, cantaba
José Alfredo Jiménez, tremendo poeta del idioma sencillo, además de bebedor
suicida y machista de los de antes. Ya veo al profesor atildado levantando la
mano: “No, señor Jiménez, es ‘ojalá que te vaya bien’ y ‘que conozcas personas
mejores’”, versos ambos más correctos, aunque muy inferiores a los originales.
Siguiendo con el cancionero, Cuco Sánchez escribió “Anillo de
compromiso” partiendo de un maravilloso pleonasmo, que irrita a los cazadores
de moscas. Dice la letra: “Que unió para siempre / y por toda la vida / a
nuestras dos almas / delante de Dios”. En efecto, la imagen se enriquece a
través de la redundancia, porque es sumamente poderoso unir “por toda la vida”
con “para siempre”.
Y nadie menos que Shakespeare incurre en el mismo “error” cuando pone a
Marco Antonio a quejarse de la puñalada de Bruto a Julio César, así: This
was the most unkindest cut of all. Doble superlativo si los hay.
Como oigo con frecuencia canciones en inglés, reparé en este verso de
Cole Porter: Deep in the heart of me. El posesivo correcto en inglés
sería deep in my heart, un verso pedestre. En fin, Bob Dylan se pasa por
la galleta casi todas las nociones de economía expresiva que yo recomiendo en
mi Manual de escritura. ¿Algún problema? Sí y no: a Dylan le funcionan
la retórica y los clichés dosificados. A usted no se los recomiendo, querido
lector.
Para los poetas las reglas valen cáscara. León de Greiff, nuestro
pirotécnico y pirómano artífice del idioma, desliza por ahí un verso memorable:
“Los brazos rompidos de pugnar con el viento”. Romper es un verbo irregular,
poeta, ¿por qué no escribió “rotos”? Porque suena más peor, señor.
Por su parte, Julio Ramón Ribeyro, quien vivió la mayor parte de su vida
adulta en Francia, incurre en constantes galicismos, de esos que todavía les ponen
los pelos de punta a algunos académicos. ¿Algún problema? No para mí.
Bueno, sé que me quedo corto, muy corto. ¿Qué demonios es la corrección
gramatical? Una convención, sin duda necesaria para los inexpertos, no una
camisa de fuerza. Siguiendo con mi tema, se me ocurre recordar al filólogo
murciano Diego Clemencín (1765-1834), miembro olvidado de las academias
españolas de Historia y de la Lengua. Don Diego pasó buena parte de su vida
adulta escribiendo 5.554 notas relativas al Quijote —murió sin terminarlas—.
Muchísimas de ellas implican regaños y correcciones narrativas. En total son
más largas las anotaciones de Clemencín que el libro de Cervantes. En pleno
franquismo (1947), Aguilar republicó el gran tocho del Quijote
“corregido”. Quien hoy tenga esta edición —por ejemplo, yo— bien puede
divertirse con las patochadas de don Diego. ¿Qué el Quijote es un libro
imperfecto según los criterios modernos? Sí, pero eso carece de importancia. Ya
el propio Sancho Panza se lo aclaraba a Sansón Carrasco al referirse a los
errores de la primera parte: “¿Otro reprochador de voquibles tenemos? Pues
ándense a eso, y no acabaremos en toda la vida”. La moraleja de Clemencín,
extrapolable a tantos más, es ineludible: lea, entienda, pero no joda tanto.
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