Los pueblos sólo podrán superarse cuando sus asociados guarden respeto por las normas mínimas y acaten incondicionalmente la norma superior que da sustento a la legislación colombiana: la Carta Magna. Es lo que sustenta a los países socialmente desarrollados y hace la diferencia con aquellos que, de manera estratificante y excluyente, fueron llamados “del tercer mundo”.
Normas mínimas como las que debemos acatar al interior de nuestras casa, en los deportes que practiquemos, las de convivencia social -entre muchas otras- dicen mucho de lo que somos. El rechazo a las mismas dice mucho de lo que no debemos ser porque, de manera imperceptible, terminaremos practicando esa inversión de valores de la que tanto se habla en el presente.
En ese orden de ideas, tenemos que aceptar que las normas mínimas de
tránsito son las más vulneradas por los ciudadanos, tanto los de corbata como
los de alpargata. Y entre éstos sobresale esa casta del mundo moderno llamada motociclistas.
Mi primera motocicleta la adquirí por $45.000,oo hace 40 años. Antes de
entregármela, el vendedor me instruyó no sólo sobre su uso correcto y
mantenimiento, sino sobre las precauciones que debía tener al conducirla para
evitar al máximo un accidente. Recuerdo estas palabras suyas: “Me perdona que
se lo diga de esta manera, pero quien no respeta las más elementales normas
de tránsito, no respeta ni a su madre” Se grabaron en mi consciencia cívica
de tal manera que hoy es una de mis preferidas.
No solamente el modelo de las motos ha cambiado desde entonces. También
el comportamiento de los motociclistas es harto diferente ahora. Para mal, es
necesario advertirlo. El motociclista de hoy, en alto porcentaje, es un
irrespetuoso de lo que preceptúa el Código Nacional de Tránsito. Es más: no ha
leído, ni por broma, una sola línea de ese estatuto que fue hecho para los que
conducen vehículos de todo tipo, incluyendo las bicicletas. Es por eso que
pasan de largo en los semáforos en rojo, estacionan donde les place, no guardan
distancia al ir por las vías urbanas ni al estacionar detrás de un automóvil, adelantan
por la derecha, salen en las esquinas sin mirar, no controlan los exostos,
conducen sin casco, andan sin los documentos reglamentarios… Como si fuera
poco, cuando cometen una imprudencia que pone en riesgo su integridad y la del
que tuvo el infortunio de encontrárselo en su camino, el culpable el otro (que
puede ser usted) y el reclamo, cuando no el insulto y la amenaza, es el único
argumento con que soluciona el impasse. Si, claro: no son todos. Pero sí es
igual en toda parte.
Todos queremos lo mejor para el pueblo -al menos eso es lo que
perifoneamos a diario- y por eso, durante algún tiempo, publicaré algunos
cartelitos como un aporte en busca del rescate de ese motociclista que puede
convivir civilizadamente en un entorno que le exige cambios en su
comportamiento ciudadano. Quedo a la espera de los insul… Bueno, esperemos a ver
qué pasa. Aquí va el primer cartel con la frase arriba textualizada:
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