Muchos de los que llamaron asesino a Santrich, fueron los mismos que aplaudieron a Mancuso en el congreso.
Por: Eduardo A. Castaño
Octubre 13, 2017
Ayer en el congreso a Jesús Santrich le gritaron “asesino, asesino”. Todo un show el que armaron los del Centro Democrático porque el militante del partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común iba a intervenir en la plenaria pública cuando estaban discutiendo el tema de Circunscripciones Especiales para la Paz, uno de los puntos centrales del acuerdo firmado en La Habana.
Ahora, esos mismos congresistas que se levantaron de la plenaria como adalides de la moralidad, creyendo inaceptable que el exguerrillero no podía hacer presencia en el capitolio, se les olvidó que en esas mismas sillas estuvo sentado Pablo Escobar, uno de los hombres más temibles en la historia de este país. Sí, y el Estado se le arrodilló después de ver los millones que entregaba a diestra y siniestra.
O aún en la historia reciente del respetadísimo congreso de la República. El 28 de julio de 2004 Salvatore Mancuso, el jefe paramilitar, entró al capitolio como todo un héroe. Llegó escoltado por la fuerza pública, la misma que pagamos todos los colombianos, y caminando sobre una alfombra roja, saludando a las cámaras como si fuera toda una estrella, los congresistas se levantaron de sus puestos y los aplausos no se hicieron esperar. Totalmente indignante. Hoy se sabe que el 35% del senado fue elegido gracias a los paramilitares, tal como el mismo Mancuso, extraditado en Estados Unidos, confesó. Son 60 los condenados por parapolítica hasta el momento, pero estoy seguro que saldrán más, además de los que se salvaron por el poder que manejan.
Y es ese mismo congreso donde trabajaron hombres ilustres como Musa Besaile, un parapolítico casi comprobado; y Ñoño Elías, un criminal confeso. Los dos barones de Córdoba son la representación perfecta de todo lo podrido que hay en el capitolio.
Solo quiero terminar con esta frase: dejen jugar al moreno.
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