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6/02/2017

Libros chatarra

Navegando al garete por las redes sociales uno encuentra de todo, como en botica. Y entre las cosas con las que tropecé y me causó profunda indignación fue la siguiente imagen divulgada por el estimado amigo Iván Kizza:
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Debo decir que fui docente en el área de Español y Literatura durante 14 años. Y en todo momento traté de inculcar el hábito de la lectura a mis amigos estudiantes. Pude haber cometido muchos errores en el ejercicio de tan cuestionada profesión, pero jamás el de menospreciar un libro. "No hay malos libros, hay malos lectores" era la frase que solía pronunciar en el salón de clase, refiriéndome no tanto a su contenido sino a su cualidad intrínseca, a la forma superficial como leemos, a la falta de análisis, de interpretación crítica.

Ahora choco violentamente contra este exabrupto y me doy cuenta que el valor del libro ya no se mide por el peso de lo que está consignado en sus páginas sino por el peso en kilos. Es cierto que en los anaqueles de las bibliotecas escolares no están todos los que son ni son todos los que están. Allí uno encuentra joyas engastadas en la solidez de un autor muy importante, pero también verdaderos bodrios que no sirven ni siquiera para nivelar la mesa cojitranca del maestro. Sin embargo, eso no es razón para que los responsables de una institución educativa de Roldanillo se den el lujo de vender por kilos toda una biblioteca. En una escuela podrán faltar algunas cosas que no se consideren esenciales, a criterio de los de de arriba (el sueldo de los profesores, por ejemplo) pero jamás los libros. Esa es la materia prima. Esa es la herramienta con qué labrar el conocimiento colectivo.

Se escucha con frecuencia -es un reclamo casi en tono de rezo- que las escuelas carecen de material lectura, que los niños y jóvenes no tienen nada para leer ni en donde leer. Eso me motivó a digitalizar mi biblioteca, esa que había hecho con años y años de pasión por los libros, con el fin único de obsequiarla. Después de buscar las instituciones que más la necesitaran y pudieran aprovecharla, envié más o menos 850 libros a cinco escuelas rurales de Tuluá. Eso le correspondía a las autoridades administrativas del municipio, claro está. Pero esas escuelas tenían una carencia no satisfecha oficialmente y mis libros ya habían cumplido su función estando en mis manos. Hubiera sido un desperdicio seguir conservándolos.

Al parecer en Roldanillo ocurre lo contrario: hay superávit de libros en las bibliotecas escolares. Desconozco cuál institución educativa que está sobrada de lote en materia de textos de lectura y consulta. La que sea, se ha practicado el harakiri y sus directivos merecen el reproche de toda la comunidad. ¿Esa decisión fue aprobada por el Consejo Directivo o el órgano regulador de la escuela? ¿Los libros se habían sometido a inventario o sólo hacían parte de los "consumibles" como el papel higiénico en las letrinas? Hay muchas preguntas que deben ser respondidas.

En todo caso este hecho insólito exige una explicación. No puede ser que un maestro, persona responsable de formar académicamente a unos niños para que piensen con criterio propio, esté echando al basurero esa posibilidad. Parece mentira que un docente, que se ha nutrido en las fuentes de los libros, los menosprecie de forma infame. Tiene que haber una explicación inteligente. Iván Kizza manifiesta que el dueño de la recicladora, Gamaliel (nombre de un fariseo que intercedió por la vida de los apóstoles y cambió el curso de la iglesia cristiana) le dio como única razón que los docentes fueron obligados a vender los libros porque les iban a dar unos nuevos. Hummmmm... una razón fuera de toda lógica, pues así les hubieran cambiado por unos nuevos conservando los títulos y autores, los viejos (que se ven no son tan viejos, como me dijera alguien a quien le falta mucho pelo pa' moña) se habrían podido destinar a otras escuelas, entidades culturales, tertulias literarias, mentideros poéticos, cuchitriles del arte, etc. Claro que desde la lógica contratista que se aplica en el universo de la politiquería, decir que se deben botar libros para reemplazarlos por otros de los mismos sí es posible. Muy posible.

Ruego a los dioses que mis palabras puedan ser rectificadas por los directivos del centro docente responsable del bibliocidio, que me digan que estoy hablando desde el punto de vista de la coprología pura, que me he equivocado como siempre. Es que por más que trato de entender el asunto no le encuentro ni pies ni cabeza.

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