Thomas Sowell (1930) es un pensador y economista conservador-libertario estadounidense. Tras el fallecimiento de Jean-François Revel, ha quedado como uno de los máximos representantes de la oposición al modelo de pensamiento de lo políticamente correcto.
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6/29/2018
6/28/2018
De la malicia indígena al vivo-bobo
Malicia indígena… He buscado, sin ningún resultado, el
origen de esa expresión que vengo escuchando desde siempre, aplicada a la
ventaja que se logra sacar de situaciones donde lo justo y equitativo debe
imperar. Es una línea de comportamiento ciudadano que va en contra de todo lo
ciudadano. Una filosofía que sirve de soporte vivencial a quienes tienen que
abrirse paso a codazos. Me arriesgo a especular que tiene que ver con el
legendario relato que habla de la astucia de Moctezuma para engañar a Cortéz.
Malicia indígena es equivalente a “tirar viveza” o,
dicho de otra forma, aprovechar el juego limpio y la recta actitud del otro.
Quien vende un automóvil usado asegurando que está como nuevo, aunque sepa que
pronto habrá que someterlo a reparación, no es un visto como estafador sino
como alguien con malicia indígena. Y el que lo compra no es una víctima de la
mala fe, es un bobo a toda la carrera. Pero si el que quiere tomar ventaja no
logra su cometido, entonces se convierte en el vivo-bobo, condición que lo hace
objeto de reproche y burla.
6/07/2018
Mirando con optimismo
Hace varios meses unos ciudadanos alarmistas y siempre dispuestos a perturbar, sin razón alguna, la acuciosidad oficial dieron voz de alerta porque el puente sobre el río Cauca en el sector de Guayabal presentaba notorio deterioro ocasionado por el paso de trenes cañeros al servicio del Ingenio Riopaila. El abogado y ex-docente Joel Coronado manifestó que promovería una acción popular con fines motivacionales para hacer que los servidores públicos a quien les corresponde tomar cartas en el asunto se animaran un poco a cumplir con sus deberes. Se escucharon algunas voces de apoyo (claro: no han de faltar los desocupados inconformes que se prestan para todo) y al final, luego de algunas reuniones entre la cúpula empresarial y sus alcaldes, se escuchó y se leyó que la empresa azucarera, la única que se disculpa por llevar progreso a la región, intervendría de inmediato.
De veras que lo hizo. El pasado mes el Ingenio Riopaila movilizó toda su maquinaria amarilla, todas sus volquetas y el ejército de obreros de que dispone, todo absolutamente necesario para llevar media docena de conos de prevención que fueron ubicados de tal manera que dejaran la inequívoca impresión de una reparación en marcha.
Ayer 6 de junio pasé por el puente y debo aceptar que quedé muy impresionado. La intervención que se le ha hecho al piso de esa estructura fue tan profesional que apenas sí se nota. Mejor dicho: parece como si nada se le hubiera hecho. De no ser por unos imperceptibles parches de asfalto aplicados hace tiempo y que recuerdan la mantequilla que se unta en una tostada, uno diría que este puente quedó como para inaugurarlo de nuevo. Eso sí, los interventores fueron previsivos y dejaron tres grandes orificios graciosamente adornados con conos y cintas de prevención. Pudieron prescindir de esos adornos; pero la ingeniería colombiana, de trascendental protagonismo en la rentabilidad de la contratación estatal, exige reducir los motivos para adentrarse en las aventuras suicidas.
Me voy a permitir una crítica constructiva: el puente se está desperdiciando como elemento turístico, tan importante y emocionante como el campeonato mundial de parapente. Pasar el puente en buseta, automóvil o moto no tiene gracia alguna. Otra cosa es pasarlo a pie, pues si en esos momentos circula por allí un vehículo pequeño, se sentirá algo similar a un sismo escala 5, nivel que aumentará con el paso de un camión de mediano tonelaje. Con una tractomula la emoción intensifica y empieza a sentirse el efecto de la adrenalina, pues el piso ondula y la estructura salta y hace saltar. El corazón acelera. Queda uno con el alma en las manos y cierta sensación de vacío en el estómago. Pero lo sublime, el Everest de todas las experiencias de alto riesgo se tiene cuando pasa un tren cañero. Es imposible caminar sin echar mano de las barandas, que vibran a punto de reventar. El piso no solo ondula sino que se mueve en toda dirección. Las junturas crujen, gimen, traquean como un enorme y desvencijado catre. La adrenalina mana a borbotones, El corazón salta del pecho y galopa como potro desbocado. Todas las sensaciones se agolpan y los ojos salen de sus órbitas. Cuando el último vagón cargado de caña rueda sobre el pavimento de la carretera, la calma retorna y termina uno agradeciendo a las autoridades que con generosa irresponsabilidad cambiaron, sin ningún estudio previo, la autorización para el paso de vehículos con capacidad para 25 toneladas de carga -que ya representaban peligro- por los de 60 toneladas.
Se sabe que todos los habitantes de Zarzal y Roldanillo se han puesto de acuerdo para hacerse escuchar con acciones legales y constitucionales (marchas de protesta, barricadas de descontento, gritos de inconformidad), pero no han podido arrancar por motivos ajenos a su voluntad. Se sabe también que las autoridades administrativas competentes se apresuraron a desempolvar los metros y están tomando las medidas necesarias para hacer cumplir los pactos recientes, pero antes deben evaluar si es conveniente matar la gallina de los huevos de oro, pues necesariamente tendrían que renunciar al respaldo incondicional que reciben de esos mecenas cada tres años para que puedan participar en el bingo democrático.
En todo caso, el puente no ha caído aún. Así que dejemos de ser alarmista y miremos las cosas con optimismo. Todo tiene su lado positivo. Y el puente no es la excepción, mientras siga en pie.
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