Nos hemos acostumbrado tanto a tragar las noticias sin
hacerles la debida digestión, que los hechos más notorios van pasando de
agache, sin trascender más allá de bochinche en las redes sociales. Nos hemos
convertido en lectores de titulares, consumidores del sensacionalismo pasajero
entregado de manera superficial. Los medios de comunicación ya no dan cuenta de
un hecho noticioso. Los noticiarios presentan el material de fondo como si
fuera de farándula y el de farándula como lo más importante. Es lo que está
ocurriendo con el caso del ex fiscal anticorrupción Guillermo Moreno, personaje
que se puso en el ojo del huracán precisamente por su conducta corrupta.
¿Se trata sólo de otro caso de delito contra los bienes del
Estado en el que se ve involucrado un servidor público? Claro que no. Estamos
frente a un hecho vergonzoso de corrupción en el que el nombre de Guillermo
Moreno es apenas la parte visible de un iceberg que se puede desintegrar
sacando a flote varios nombres y destapando una olla donde no se cuecen habas,
sino componendas muy podridas.
Pongamos las cosas así: Guillermo Moreno había sido
candidato a la Personería de Bogotá con la bendición de María Fernanda Cabal,
del Centro Democrático (que ni es de centro ni es democrático) en contubernio
con Cambio Radical (que no propone ningún cambio y menos de manera radical). No
lo logró, porque la mayoría de los concejales bogotanos conocían los pecadillos
del candidato. Entonces aterrizó en la Fiscalía General de la Nación, con el
cargo de asesor durante el reinado de Montealegre. Eso le dio la oportunidad de
cambiar su modesta oficina de abogado por un centro de asesoría jurídica con un
pool de abogados cubriendo todos los frentes. Se convirtió, en sólo siete años
de ejercicio profesional, en defensor de gobernadores, exgobernadores y todo
servidor público de altos quilates que se vio enredado en espinosos chamizales
de la corrupción. Gracias a su habilidad en el noble campo de la lagartería,
obtuvo pase de cortesía para entrar a los despachos de los muy excelsos y
honorables magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Es decir: amarró los perros.
Y bien amarrados, pues su amistad con esos impolutos magistrados le aseguraba
impunidad a sus defendidos y, de paso, le abría las puertas a sus ambiciones. Cambio
Radical le echó la bendición y lo postuló para el cargo de Fiscal
Anticorrupción. Mejor no había podido quedar. Todos los ingenuos nos
preguntamos: Si se sabía que era corrupto, ¿cómo es que lo candidatizan para
investigar a los corruptos? Precisamente, porque él los había defendido, los
conocía, sabía de sus escabrosos secretos, tenía el listado clasificado de sus
debilidades. Y lo más importante: adquiría el poder de echarle tierrita a los
procesos abiertos en contra de sus amigos y amigos de sus postulantes. ¿Se dan
cuenta?
Queda la participación del Fiscal General en la armada de
este circo. No está muy claro el rol del señor Martínez Neira en la barahúnda
del momento. Sólo él sabe por qué nombró en semejante puestazo a un pez que
nadaba a sus anchas en las aguas turbias de la corrupción. Si lo sabía, el
investigador número uno de Colombia cometió un gravísimo error de omisión. Si no lo sabía, cometió un gravísimo error de
investigación: no averiguar, no preguntar, dejar para ver qué pasaba. Sin
embargo, a cualquiera de esos dos errores, el Fiscal General suma otro igual de
grave: el del silencio posterior. Ni fú ni fá al respecto. Aunque no es el
único.
El señor Uribe Vélez, personaje que se caracteriza por su
pésima memoria, tras la que se escuda para criticar todo lo que no lleve su
sello, no ha dicho ni mú. Y no es porque el ex fiscal anticorrupción sea primo
de la señora Lina Moreno, como malévolamente se ha querido hacer creer a los
desinformados de las redes sociales, sino porque su congresista estrella, la
señora Cabal, ha respaldado en todo al delincuente de marras. El Presidente
Santos se ha escabullido hábilmente del tema y sólo habla del país donde vive,
que no es el mismo donde viven 50 millones de colombianos. Y el flamante Fiscal
General de la Nación, con la discreción que lo caracteriza, ha lamentado el
suceso, pero nada más. Es que el asunto lo asumió el Fiscal General de los
Estados Unidos de Norteamérica y ya sabemos cuál es el despacho principal y
cuál es el subordinado.
Mientras tanto, en la República Virtual de Colombia -cuya
capital es Facebook and Twitter- la gran masa sigue repitiendo como lora vieja la palabra
CORRUPTO, escribiendo comentarios de tanta profundidad como: "ahí estamos pintados" y bajándole la temperatura a su indignación en la medida que se aproxima el
tiempo de elecciones y vuelve a escoger a otros corruptos para que ocupen los
cargos desde los cuales puedan delinquir a sus anchas. Y a seguir por lo mismo.