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3/08/2018

Por qué no soy del partido A


Si alguna profesión (en el sentido de profesar) requiere un largo aprendizaje es el de la política. Los primeros pinos se dan en la casa, gracias a la perversa intención paterna de meter en un cerebro apenas en formación ideas que ni el que las transmite sabe si son acertadas o no. Por eso, si a usted le preguntan por qué es del partido A la única respuesta que puede dar es: Porque mi papá es del partido A. Eso se vuelve casi genético y viene aparejado con el grupo sanguíneo. Mi experiencia pudo ser similar de no haber sido por un incidente nada extraordinario que, sin embargo, marcó la pauta en mi forma de ver el entorno que me tocó en suerte.

Resulta que mi padre, carpintero de oficio, fue también un hincha apasionado del Deportivo Cali. Sus discusiones con amigos y colegas eran de antología. Como el estadio más cercano era el Mora Mora de Pereira, cada vez que jugaba allí la “amenaza verde” mi padre alistaba bártulos (la palabra es de él) y en un bus de Trejos iba a ver jugar el equipo que constituía su único amor. Casi siempre yo lo acompañaba, lo que no fue suficiente para que ese amor se transmitiera por ósmosis, pues pudo más mi incipiente pero natural inclinación a nadar río arriba tratando de buscar un ahogado que siempre iba río abajo. Entonces decidí ser hincha del América. Mi padre no lo podía creer. Yo tampoco.

Ya podrán suponer que en casa de mi padre en Zarzal (la de mi madre era en otra parte) no faltaba ocasión para hablar de fútbol. Y de política. Porque mi padre, además, era liberal. Rafael Uribe Uribe, Eduardo Santos, Jorge Eliécer Gaitán, Alberto Lleras Camargo, Alfonso López Michelsen… esos fueron líderes que yo conocí en mi niñez debido a que a diario iban a la casa y se sentaban a almorzar en el banco de carpintería que por obra y gracia de un plato de sopa de albóndigas se convertía en mesa de comedor. 


Con la misma pasión con que hablaba del “glorioso” Deportivo Cali, mi padre hacía reseñas históricas del “glorioso” partido liberal. Era tanto el ardor que le ponía a ese tema, que el 13 de julio de 1965, fecha en que murió Laureano Gómez, el hincha del Cali se puso una camisa roja y salió al parque Gaitán de Zarzal a celebrar con sus amigos ese acontecimiento. “¡Murió el asesino!” recuerdo que gritaba alborozado. Yo, que había salido tras de él, me quedé con la jeta abierta,  viéndolo gesticular y casi sin poder pronunciar palabras. No lo podía creer. Mi padre tampoco.

"¡Murió el asesino!" recuerdo que gritaba alborozado.
Creo que desde ese día empecé a detestar los fanatismos. Además, yo no tenía motivos para ser fanático por nada: Era hincha del américa porque sí, por llevarle la contraria a mi padre. Y como si fuera poco, mi madre era conservadora… sí, porque su padre y su abuelo y, tal vez su bisabuelo y tatarabuelo también lo fueron. Entonces decidí que ni el fútbol ni la política me interesaban. Luego, a esa apatía agregué el desinterés por lo religioso. Me sacudí de esos tres motivos de discordias. Me escabullí de ese triángulo ideológico que arrebaña y aconducta. Claro que me gusta el fútbol, pero como espectáculo que se puede disfrutar con cualquier equipo. Desde luego que no me aparto de la premisa del hombre como animal político, pero soy más animal que político. Sí, tengo mis creencias, pero no están en los altares ni los libros sagrados. Así es que, perdonen la inmodestia, tengo una cierta ventaja que me hace un poquito independiente y otro tanto librepensador.

Quizás por eso es que ver el espectáculo que por estos días están dando los seguidores de Fulano y de Zutano (ya no se puede hablar de partidos políticos) produce una débil y amarga sonrisa. Personas que defienden propuestas que nada proponen y atacan al candidato contrario que tampoco tiene propuestas. Muchachos que hablan sin fundamento alguno porque desconocen incluso la historia más reciente de este país, seguidores que sólo tiene oídos para escuchar el sonido de flautas encantadoras, gente que antepone ideas ajenas a sentimientos propios… en fin, personas que odian de gratis y su único razonamiento es el insulto y el calificativo discriminatorio. Por ahí escuché de manera casual una charla en la que alguien le decía a su interlocutor: “A mi hijo le estoy enseñando que con los comunistas ni mierda. Esa gente hay que borrarla de la faz de la tierra…” Imaginé que si fuera comunista (algo que  ya no tiene vigencia) ese alguien, de unos veinticinco años, dría que con  los conservadores y liberales (que ya no existen) ni mierda porque a esa gente hay que borrarla. Y terminé pensando: a Manuel Alejandro a y a María Angélica, mis dos pequeños hijos, les seguiré enseñando que el objetivo en la vida no es tener éxito sino tener dignidad, no importa si nadan a favor o en contra de la corriente buscando un ahogado que ahora va río arriba. Lo demás viene por añadidura.





Roldanillo, 7 de marzo de 2018

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