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7/07/2017

a seguir por lo mismo.

Nos hemos acostumbrado tanto a tragar las noticias sin hacerles la debida digestión, que los hechos más notorios van pasando de agache, sin trascender más allá de bochinche en las redes sociales. Nos hemos convertido en lectores de titulares, consumidores del sensacionalismo pasajero entregado de manera superficial. Los medios de comunicación ya no dan cuenta de un hecho noticioso. Los noticiarios presentan el material de fondo como si fuera de farándula y el de farándula como lo más importante. Es lo que está ocurriendo con el caso del ex fiscal anticorrupción Guillermo Moreno, personaje que se puso en el ojo del huracán precisamente por su conducta corrupta.



¿Se trata sólo de otro caso de delito contra los bienes del Estado en el que se ve involucrado un servidor público? Claro que no. Estamos frente a un hecho vergonzoso de corrupción en el que el nombre de Guillermo Moreno es apenas la parte visible de un iceberg que se puede desintegrar sacando a flote varios nombres y destapando una olla donde no se cuecen habas, sino componendas muy podridas.

Pongamos las cosas así: Guillermo Moreno había sido candidato a la Personería de Bogotá con la bendición de María Fernanda Cabal, del Centro Democrático (que ni es de centro ni es democrático) en contubernio con Cambio Radical (que no propone ningún cambio y menos de manera radical). No lo logró, porque la mayoría de los concejales bogotanos conocían los pecadillos del candidato. Entonces aterrizó en la Fiscalía General de la Nación, con el cargo de asesor durante el reinado de Montealegre. Eso le dio la oportunidad de cambiar su modesta oficina de abogado por un centro de asesoría jurídica con un pool de abogados cubriendo todos los frentes. Se convirtió, en sólo siete años de ejercicio profesional, en defensor de gobernadores, exgobernadores y todo servidor público de altos quilates que se vio enredado en espinosos chamizales de la corrupción. Gracias a su habilidad en el noble campo de la lagartería, obtuvo pase de cortesía para entrar a los despachos de los muy excelsos y honorables magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Es decir: amarró los perros. Y bien amarrados, pues su amistad con esos impolutos magistrados le aseguraba impunidad a sus defendidos y, de paso, le abría las puertas a sus ambiciones. Cambio Radical le echó la bendición y lo postuló para el cargo de Fiscal Anticorrupción. Mejor no había podido quedar. Todos los ingenuos nos preguntamos: Si se sabía que era corrupto, ¿cómo es que lo candidatizan para investigar a los corruptos? Precisamente, porque él los había defendido, los conocía, sabía de sus escabrosos secretos, tenía el listado clasificado de sus debilidades. Y lo más importante: adquiría el poder de echarle tierrita a los procesos abiertos en contra de sus amigos y amigos de sus postulantes. ¿Se dan cuenta?

Queda la participación del Fiscal General en la armada de este circo. No está muy claro el rol del señor Martínez Neira en la barahúnda del momento. Sólo él sabe por qué nombró en semejante puestazo a un pez que nadaba a sus anchas en las aguas turbias de la corrupción. Si lo sabía, el investigador número uno de Colombia cometió un gravísimo error de omisión.  Si no lo sabía, cometió un gravísimo error de investigación: no averiguar, no preguntar, dejar para ver qué pasaba. Sin embargo, a cualquiera de esos dos errores, el Fiscal General suma otro igual de grave: el del silencio posterior. Ni fú ni fá al respecto. Aunque no es el único.

El señor Uribe Vélez, personaje que se caracteriza por su pésima memoria, tras la que se escuda para criticar todo lo que no lleve su sello, no ha dicho ni mú. Y no es porque el ex fiscal anticorrupción sea primo de la señora Lina Moreno, como malévolamente se ha querido hacer creer a los desinformados de las redes sociales, sino porque su congresista estrella, la señora Cabal, ha respaldado en todo al delincuente de marras. El Presidente Santos se ha escabullido hábilmente del tema y sólo habla del país donde vive, que no es el mismo donde viven 50 millones de colombianos. Y el flamante Fiscal General de la Nación, con la discreción que lo caracteriza, ha lamentado el suceso, pero nada más. Es que el asunto lo asumió el Fiscal General de los Estados Unidos de Norteamérica y ya sabemos cuál es el despacho principal y cuál es el subordinado. 

Mientras tanto, en la República Virtual de Colombia -cuya capital es Facebook and Twitter- la gran masa sigue repitiendo como lora vieja la palabra CORRUPTO, escribiendo comentarios de tanta profundidad como: "ahí estamos pintados" y bajándole la temperatura a su indignación en la medida que se aproxima el tiempo de elecciones y vuelve a escoger a otros corruptos para que ocupen los cargos desde los cuales puedan delinquir a sus anchas. Y a seguir por lo mismo.